"Macron démission"
Here is an article about the events in France published by the Argentinean newspaper La Nación and written by María Laura Avignolo.
En el emblemático Arco del Triunfo de París, un empleado trata de limpiar una pintada: "Renuncia Macron". AP
09/12/2018Una toma de poder teatral, caminando hacia las Pirámide del Museo del
Louvre, para recibir el saludo de un electorado aliviado por que no
había ganado la elección Marine Le Pen y el Frente Nacional y feliz de
haber elegido al presidente más joven de Francia . Dieciocho meses
después, en medió de una insurrección populista auto bautizada Chalecos
Amarillos, el Louvre y todos los museos de Paris fueron cerrados para
poder proteger sus obras de una violenta “revolución de cólera”, que exige la dimisión del jefe de estado francés.
El odio a Emmanuel Macron se ha convertido en el centro de una movilización convocada por las redes sociales, amorfa, peligrosa y sumamente violenta. Un odio profundo, inédito en Francia, que ha forzado al jefe de Estado al silencio, desde que el movimiento arrasó a París con saqueos, violencia, incendios de automóviles, cuando visitaba Buenos Aires para el G20.
Silencio absoluto, internado en el despacho del Eliseo,en consultas, pensando cada palabra a decir, sin la menor posibilidad de error. “Cuando hay odio, es por que hay una demanda de amor”, dijo a sus asesores. Recién hablará esta semana. Justo cuando algunos Chalecos Jóvenes aceptaron sentarse con el primer ministro Edoaurd Philippe y un cierto, precario diálogo se puso en marcha. Steve Bannon, el director de campaña de Donald Trump, dice peligrosamente desde París, junto a Marine Le Pen: "Los Chalecos son la misma gente que votó al presidente Donald Trump".
“Soy yo el objetivo”, admite Macron, encerrado en el Palacio del Eliseo, junto a los más próximos, cuando jóvenes, viejos y mujeres llegados del interior y de los liceos ocupados cantan una sola consigna: "Macron dimisión".
Lejos de Paris, recién llegado de Argentina tras la visita al destrozado Arco del triunfo, Macron hizo esos republicanos gestos de visitar un departamento policial, que había sido atacado en Puy en Velay. Al salir, bajó el vidrio del automóvil blindado para saludar. Recibió un duro golpe de realidad: ”Renuncia”, “bastardo”, “hijo de puta”, le gritaban los que lo esperaban, mientras corrían agresivamente detrás de su vehículo.
¿Cómo se explica este odio a quien apenas 18 años veían como la salvación de Francia? ¿
Al príncipe de las reformas, que sacaría al país de su cloroformo, de
su incapacidad de aceptar la modernidad, de ceder en su Estado de
bienestar y convencerlos que trabajar era más productivo que ser
desempleado?.
La respuesta está en su arrogancia, en su obsesión bonapartista, en esas frases despectivas hacia los que no consiguen trabajo, o los “galois”, que no les gusta trabajar ni cambiar, “esos que no existen”, como son los hoy rebelados. Ese lenguaje despectivo, que los Chalecos Amarillos, esa clase media empobrecida que antes conoció vacaciones, status, Estado de bienestar y una vida metropolitana, tomó como algo personal, elitista.
“Los “ploucs“ contra los “branches”, como dijo el filósofo Alain Finkielkraut. Los “mersas” contra los “snobs”. Esos pasados de moda, que ya no cuentan.
Empleados de la comuna de París limpian las calles tras los choques en París. Noel Smart
La inseguridad y precariedad económica de la clase media empobrecida y periurbana tomó al presidente Macron como el referente de su desgracia y su nuevo destino de pobreza y futuro incierto.
Su odio a Macron, que ellos creen que selló su suerte y su olvido, les
ha devuelto el protagonismo. Han podido resolver esa crisis identitaria,
que los condenaba a ser de ninguna parte en un pueblo, abandonados por
el Estado, sus instituciones, con el sueldo mínimo y un auto diésel, que
no tiene más valor en la transición ecológica. El mundo habla de los
Chalecos y su fluorescencia es contagiosa: desde Bélgica a Basora en
Irak, los imitan.
Los Chalecos son hijos de las redes sociales y la antipolítica. Los
une este lazo a Emmanuel Macron, que atomizó a los partidos
políticamente en Francia, al decir que no es “de derecha, de izquierda
ni de centro” y lo entronaron las redes. La despolitización y las redes
producen el mismo mal: la democracia directa, la anomalía institucional,
el desprecio a la representatividad y a los partidos, a las élites, a
los políticos, al compromiso militante, al sueño, a la negociación. Son
el crecimiento de un individualismo narcisista y el misterio de quien
está detrás de sus campañas.
Hoy Macron está hostigado por los trolls. Los servicios secretos franceses investigan 400 cuentas rusas que alientan a los Chalecos o distribuyen "Fake News". Son comentarios antisemitas, homofóbicos, antiinmigrantes, anti europeos, anti musulmanes, que son parte de la campaña de líderes o países, que busca destrozar la Unión Europea que él representa.
Macron ha decidido cumplir su purgatorio. Quiere demostrarle a los franceses que ha comprendido el mensaje, que sabe que ha perdido el contacto con los que lo eligieron por su arrogancia “jupiteriana”, por su obsesión histórica de reconstruir la imagen presidencial. Esa que él creyó que François Hollande, su padre político que é destruyó con su conducta, cuando se perfila ahora como su potencial reemplazante.
El que humilló a Marine Le Pen en un brillante debate presidencial,
vuelve a poner a Francia en las puertas de la ultraderecha y de la
izquierda populista del tribuno de Francia Insumisa, Jean Luc Melenchon,
que piden elecciones anticipadas y disolución de la Asamblea.
El odio es la contracara de la decepción. Los electores de clase media pobre que lo eligieron detestan a Macron. Se sienten engañados de que haya ignorado sus realidades, que esté enamorado de su función y no de las necesidades de quienes lo votaron, hartos de los misterios del affaire Benalla, su discutido guardaespalda.
Macron no podrá equivocarse cuando hable a los franceses para reconquistarlos. La humildad, la disculpa, el arrepentimiento, un nuevo premier y un gabinete humanitario serán indispensables, si no quiere pasar los próximos tres años que le faltan para su quinquenio con un ramo de crisantemos visitando mausoleos. O yéndose a su casa, si Francia se “bananiza”.
Con su mayoría parlamentaria deberá regresar a la horizontalidad prometida, si no quiere sumarle a sus problemas los “frondeurs”. Esos disidentes socialistas, que enterraron las ambiciones presidenciales de Hollande en el gobierno, porque no lo consideraban lo suficientemente progresista.
Con Los Republicanos débiles, el Modem de aliado, Macron tiene una nueva oposición en los Chalecos Amarillos que no han conseguido aún ninguna banca. Pero están listos a conquistarlas en las próximas elecciones europeas de mayo. Podrán conseguir al menos el 12 por ciento, según los sondeos, y enterrarle el proyecto de ser el heredero de la canciller Ángela Merkel en la Unión Europea.
Protestas en Francia
El odio a Macron: una sociedad que siente que el presidente los abandonó a su suerte
El presidente se ha convertido en el centro de una movilización convocada por las redes sociales, amorfa, peligrosa y sumamente violenta. Un odio profundo.
El odio a Emmanuel Macron se ha convertido en el centro de una movilización convocada por las redes sociales, amorfa, peligrosa y sumamente violenta. Un odio profundo, inédito en Francia, que ha forzado al jefe de Estado al silencio, desde que el movimiento arrasó a París con saqueos, violencia, incendios de automóviles, cuando visitaba Buenos Aires para el G20.
Silencio absoluto, internado en el despacho del Eliseo,en consultas, pensando cada palabra a decir, sin la menor posibilidad de error. “Cuando hay odio, es por que hay una demanda de amor”, dijo a sus asesores. Recién hablará esta semana. Justo cuando algunos Chalecos Jóvenes aceptaron sentarse con el primer ministro Edoaurd Philippe y un cierto, precario diálogo se puso en marcha. Steve Bannon, el director de campaña de Donald Trump, dice peligrosamente desde París, junto a Marine Le Pen: "Los Chalecos son la misma gente que votó al presidente Donald Trump".
“Soy yo el objetivo”, admite Macron, encerrado en el Palacio del Eliseo, junto a los más próximos, cuando jóvenes, viejos y mujeres llegados del interior y de los liceos ocupados cantan una sola consigna: "Macron dimisión".
Lejos de Paris, recién llegado de Argentina tras la visita al destrozado Arco del triunfo, Macron hizo esos republicanos gestos de visitar un departamento policial, que había sido atacado en Puy en Velay. Al salir, bajó el vidrio del automóvil blindado para saludar. Recibió un duro golpe de realidad: ”Renuncia”, “bastardo”, “hijo de puta”, le gritaban los que lo esperaban, mientras corrían agresivamente detrás de su vehículo.
La respuesta está en su arrogancia, en su obsesión bonapartista, en esas frases despectivas hacia los que no consiguen trabajo, o los “galois”, que no les gusta trabajar ni cambiar, “esos que no existen”, como son los hoy rebelados. Ese lenguaje despectivo, que los Chalecos Amarillos, esa clase media empobrecida que antes conoció vacaciones, status, Estado de bienestar y una vida metropolitana, tomó como algo personal, elitista.
“Los “ploucs“ contra los “branches”, como dijo el filósofo Alain Finkielkraut. Los “mersas” contra los “snobs”. Esos pasados de moda, que ya no cuentan.
Hoy Macron está hostigado por los trolls. Los servicios secretos franceses investigan 400 cuentas rusas que alientan a los Chalecos o distribuyen "Fake News". Son comentarios antisemitas, homofóbicos, antiinmigrantes, anti europeos, anti musulmanes, que son parte de la campaña de líderes o países, que busca destrozar la Unión Europea que él representa.
Macron ha decidido cumplir su purgatorio. Quiere demostrarle a los franceses que ha comprendido el mensaje, que sabe que ha perdido el contacto con los que lo eligieron por su arrogancia “jupiteriana”, por su obsesión histórica de reconstruir la imagen presidencial. Esa que él creyó que François Hollande, su padre político que é destruyó con su conducta, cuando se perfila ahora como su potencial reemplazante.
El odio es la contracara de la decepción. Los electores de clase media pobre que lo eligieron detestan a Macron. Se sienten engañados de que haya ignorado sus realidades, que esté enamorado de su función y no de las necesidades de quienes lo votaron, hartos de los misterios del affaire Benalla, su discutido guardaespalda.
Macron no podrá equivocarse cuando hable a los franceses para reconquistarlos. La humildad, la disculpa, el arrepentimiento, un nuevo premier y un gabinete humanitario serán indispensables, si no quiere pasar los próximos tres años que le faltan para su quinquenio con un ramo de crisantemos visitando mausoleos. O yéndose a su casa, si Francia se “bananiza”.
Con su mayoría parlamentaria deberá regresar a la horizontalidad prometida, si no quiere sumarle a sus problemas los “frondeurs”. Esos disidentes socialistas, que enterraron las ambiciones presidenciales de Hollande en el gobierno, porque no lo consideraban lo suficientemente progresista.
Con Los Republicanos débiles, el Modem de aliado, Macron tiene una nueva oposición en los Chalecos Amarillos que no han conseguido aún ninguna banca. Pero están listos a conquistarlas en las próximas elecciones europeas de mayo. Podrán conseguir al menos el 12 por ciento, según los sondeos, y enterrarle el proyecto de ser el heredero de la canciller Ángela Merkel en la Unión Europea.
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